Pateos de invierno

Es Mayo y aún no estoy seguro si llego el invierno. Hay días frios, mucho viento, neblina parecida a Silent Hill y nubes oscuras. A veces despierto y parece verano, el sol alumbra igual que cualquier día de diciembre. Lo contradictorio es que hace dos meses llegó el otoño y estamos a menos de uno para que llegue el invierno, nada que parezca a lo que tengo en mi memoria cuando era niño y las hojas cafés de los arboles volaban por la calle debido a la lluvia.

Pero en este mix de cambios climáticos costeros, se escucha música a lo lejos, acompañada del canto de Kuki.

Decidimos ir a dar una vuelta por el borde costero en Salinas, y mi elección de hoy es un Longboard que debería usar más seguido jajaja. Mientras que una infaltable Penny se suma a las Carver y mi tabla en el auto.

En cuanto llegamos, Duke, el perro de Camilo, hace lo suyo y sale corriendo hacia la playa, aunque se devuelve al percatarse que no vamos tras de él.

Para Pía es el primer día sobre una tabla, y a pesar de las dificultades en la vía dada la cantidad de gente, se desenvolvió muy bien sin sufrir percances,  no como yo, que terminé en el suelo y otro pantalón roto jajaja. Congrats!

Mientras avanzamos por la “ciclo vía”, la cual se ha transformado en ruta para todo objeto con ruedas ya que por la el paseo peatonal es imposible transitar, y pido disculpas por ello a los ciclistas, era imposible que no me llamase la atención un organillero con su cotorra Kuki, quién cantaba mientras su dueño hacia sonar su música. Sin embargo, algo que me llamó la atención fue que el ave andaba suelta y no parecía tener la intención de salir volando, ¿por qué? Ni idea. ¿No sería mejor salir volando con la bandada de pericos que recién pasó y ser libre? O, ¿si no le interesaba andar con otra especie de ave, volar hacia lo desconocido?

Sinceramente, no tengo respuesta, y puede que sea mejor dejarse las preguntas existenciales para esos momentos antes de dormir cuando te cuestionas todo y le encuentras soluciones a todos los problemas del mundo.

Luego de hablar un rato con el organillero, sigo mi camino y alcanzo a mi gente.

Se patina, se ríe y disfruta de la buena compañía. El rato pasa, se hace oscuro, y el frío se hace notar. Es momento de volver a casa.

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